Después de perder a su padre, labrador del campo de Turín, trabaja sin descanso. Los domingos retiene de memoria sermones enteros de su Párroco. En los ratos libres realiza todas las habilidades circenses sobre la cuerda o con la prestidigitación. Pero, sobre todo. aprende a leer en cuatro semanas.
Y lleva siempre consigo el catecismo. Su hermano mayor le burla:"Yo me he criado fuerte y no conozco nada de eso". Juan Bosco le responde: "Por muchas cosas que dejes de conocer, todavía no eres más fuerte que nuestro burrón".
Y lleva siempre consigo el catecismo. Su hermano mayor le burla:"Yo me he criado fuerte y no conozco nada de eso". Juan Bosco le responde: "Por muchas cosas que dejes de conocer, todavía no eres más fuerte que nuestro burrón".
Y recorre diez kilómetros diarios desde Becchi a Murialdo, porque quiere estudiar para ser sacerdote; a veces con el calzado en la mano para no gastarlo.
Ya sacerdote, recoge, con ayuda de su madre hasta trescientos muchachos pobres. Multiplica sus patronatos.
El primero se llamó Oratorio de San Francisco de Sales.
Y educa con tanta bondad como firmeza; centrando su eficacia pedagógica en la confesión purificadora y en la Misa y en su Comunión fortificante, lo más frecuentes posibles.
Y educa con tanta bondad como firmeza; centrando su eficacia pedagógica en la confesión purificadora y en la Misa y en su Comunión fortificante, lo más frecuentes posibles.
Por muy definida que parezca la personalidad de don Bosco cobra aún mayor relieve cuando se la sitúa dentro del marco de la santidad piamontesa del siglo XIX. El Turín de la Casa de Saboya y de Cavour, cuyos ejércitos se aprestaban a invadir los Estados Pontificios para llevar a cabo la unidad italiana, podía aparecer ante los ojos de ciertos católicos como el antro del demonio. A los ojos de Dios, sin embargo, era la ciudad de los santos. En efecto, cuatro de sus sacerdotes -- José Benito Cottolengo (+1842), José Cafasso (+ 1860), Juan Bosco (+ 1888) v Leonardo Murialdo (+1900) - brillaban allí con una santidad de corte moderno. Todos ellos tenían la obsesión por la juventud obrera, lanzada sin preparación ni defensa a la hoguera de la gran industria naciente. Juan Bosco es el más célebre de los cuatro. Educador nato, organizador sin igual, escritor de fecunda pluma, atento a todos los pormenores y con miras a larga distancia, de una confianza en la Providencia que rayaba con la imprudencia, pero que le resultaba siempre maravillosamerte... alcanzó en vida el fervor popular. Las multitudes se apretujaban a su paso y con frecuencia florecían los milagros.
A su muerte ( el 31 de enero de 1888), dos familias religiosas - la Sociedad de los Salesianos y la Congregación de María Auxiliadora - habían ya comenzado a extender su espíritu y su obra de promoción profesional y cristiana de la juventud, desde Italia y el Tirol, España y su Tibidabo..., hasta las naciones de América y hasta las llanuras de Patagonia y Tierra de Fuego.
Pero su mayor alegría fue, ciertamente, el haber visto florecer un santo entre sus jóvenes: Domingo Savio.
Santoral preparado por la Parroquia de la Sagrada Familia de Vigo