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miércoles, 10 de marzo de 2010

SAN JUAN DE OGILVIE

Es la Inglaterra de Shakespeare, entre los reinados de Isabel la Grande y Jacobo I, cuando el teatro es una fiesta inmortal, la corte resplandece y a golpes de audacia y de aventura nace un gran imperio. Una Inglaterra brillante y despótica que rebosa sangrientas intrigas y que persigue a los católicos.
Escocia, a la que el calvinista Knox ha hecho adusta y férreamente presbiteriana, se distingue por su odio al papismo, y el señor de Ogilvie, noble escocés adherido a la Reforma, teme que su esposa, que es católica en secreto, pueda influir en las convicciones de su hijo John y decide que lo mejor es que a partir de los trece años se eduque en el continente, rodeado de hugonotes franceses.
Allí es precisamente donde conoce el catolicismo, en Lovaina abraza lo que ahora se llama en su país «la antigua fe», luego se hace novicio jesuita, en 1601 ya pertenece a la orden y en 1610 es ordenado en París. Su primer destino será Ruán, pero él sueña con volver a su tierra desafiando la persecución, y en 1613 desembarca en Edimburgo bajo el nombre supuesto de Watson y fingiéndose capitán.
Pronto se hace un nombre de heroísmo, entre los católicos de Escocia, "el capitán Watson"; lo mismo en el norte, que en Edimburgo, o en Glasgow.
Su trabajo fructifica.
Sigue un período breve pero muy intenso de disfraces, escondrijos, misas en la clandestinidad y arriesgadísimos auxilios espirituales a los diezmados fieles, hasta que una traición le pone en manos de su mayor enemigo, el arzobispo Spottiswood, quien recurre a todos los medios para hacerle apostatar.
Amenazas, halagos, torturas (que le dejan cojo), privarle del sueño durante más de una semana y hasta ofrecerle a su hija en matrimonio, además de una sustanciosa prebenda, si renunciaba al catolicismo.
Estaba haciendo oración cuando se le comunica que le ha llegado el momento de ser ahorcado. Saluda, anima y perdona al verdugo; y se deja atar las manos.
Alegre y en oración, se dirige a la horca; la besa.
Si se aparta de la fidelidad al Papa, se le promete finalmente un importante cargo; y además la hija del arzobispo presbiteriano. Ogilvie replica sonriente: Prefiero la horca.
Vuelve a orar de rodillas, se levanta, y proclama ante todo el pueblo: "Muero únicamente por causa de mi religión católica; y por ella, yo daría muy a gusto cien vidas; quitadme la única que tengo; ya que mi religión jamás me la podréis quitar".
Se le canonizó en 1976.
Muere en Tor de Especchi rodeada de sus hijas, las Oblatas (1440).
Santoral preparado por la Parroquia de la Sagrada Familia de Vigo.