Uno de los atractivos de Hollywood es el de ver a una estrella de cine en la vida real. La gente está dispuesta a aguardar durante horas cerca de los clubes y restaurantes adonde suelen acudir las celebridades, ante la posibilidad de que alguien famoso pueda pasar por allí. Si su paciencia es recompensada, pueden estar seguros de que durante meses los amigos les harán preguntas; y durante meses, el afortunado oteador de celebridades estará encantado de contar y volver a contar su relato.
Los lugares cambian, pero no la naturaleza humana. Muchos de los detalles que conocemos de Santo Domingo provienen de la Beata Ceclia Caesarini, priora del convento dominico de San Sixto. Incluso cuando contaba ya casi noventa años de edad, podía relatar detalles precisos de su apariencia física, así como de su afable amabilidad con las monjas que se hallaban bajo su dirección.
Aunque podamos creer que los relatos testificales se limitan a las celebridades y los sucesos noticiables, todos somos llamados a ser testigos; testigos de la verdad.
Cuando hemos tenido un encuentro espiritual, sea una respuesta inmediata e innegable a una oración o un momento trascendente de gracia, nos mostramos a veces reticentes a charlar sobre ello. Tememos que se rían de nosotros, o lo que es peor no parezca tan milagrosa una vez sometida al escrutinio. Tales momentos, sin embargo, no nos son dados para acumularlos. Nos son dados de manera que podamos compartir la experiencia con los demás y ayudarles a entender que el mundo entero se halla infundido del favor divino.
Preparado por la Parroquia de la Sagrada Familia de Vigo