La revolución de la gota de agua de Marcelino Champagnat.
La palabra revolución ha estado marcada durante mucho tiempo por un tinte violento. Siempre se la ha relacionado con lo subversivo, con el cambio súbito. Pero cada vez se empieza a hablar más de la revolución silenciosa, la que poco a poco y sin pretenderlo va cambiando primero pequeñas cosas, que más tarde se convierten en grandes cosas.
Tal y como dice Victorino del Pozo en su biografía novelada del padre Champagnat: «no hay revolución mas difícil que la revolución del grano de trigo o la de la gota de agua. Pero una gota de agua puede excavar una gran gruta y un grano de trigo multiplicado por la espiga de cada año puede ser el pan de un pueblo». Y una gran gruta, sin duda, es la que abrió Champagnat con su idea de fundar y llevar adelante el proyecto de los Hermanos Maristas de la Enseñanza.
El padre Champagnat vino al mundo en una fecha revolucionaria (su año de nacimiento, 1789, pasó a la historia como el año de la Revolución francesa), hecho que marcó su trayectoria vital y confesional. Su infancia transcurrió en el pueblecito francés de Marhles, donde la mayoría de los adultos y jóvenes eran analfabetos. Eran tiempos de cambio, de ideas que hablaban de progreso social y de solidaridad; en definitiva: tiempos de revolución. Pero de una revolución que cambió pocas cosas y que afectó a poca gente.
Cuando Marcelino llevó a cabo su ministerio sacerdotal en La Valla pudo comprobar cómo todas aquellas ideas de la Revolución, se habían quedado en ideas, no se habían materializado. El aislamiento y la pobreza cultural seguían siendo los protagonistas del entorno rural. La sociedad burguesa, impulsora del cambio, se había convertido en una sociedad liberal y egoísta, donde los políticos únicamente se preocupaban de formar a una élite de adinerados que se convertirían en los nuevos líderes políticos y económicos del país. Hasta la Iglesia posrevolucionaria, apoyada en el nuevo sistema político y refiriéndose a los mismos esquemas del Antiguo régimen, descuidaba su atención pastoral a los jóvenes de las aldeas.
Esta era la situación, que la historia corrobora, cuando Marcelino decidió fundar una nueva orden religiosa que se dedicase a la enseñanza de las clases sociales más pobres y necesitadas.
Fue la muerte de uno de sus feligreses, Jean Baptiste Montagne, a la edad de 17 años, sin haber oído hablar de Dios, el hecho que impulsó al padre Champagnat a emprender su particular revolución, consciente de que contaba en sus manos con el arma capaz de cambiarlo todo: la educación.
El Instituto de los Hermanos Maristas fue fundado el 2 de enero de 1817 en un pueblecito (La Valla) cercano a Lyon por el que era sacerdote coadjutor de ese pueblo, Marcelino Champagnat. En una casa alquilada, cerca de la casa parroquial, se instalan dos jóvenes que comparten con él el proyecto de educar, humana y cristianamente, a los niños abandonados de los pueblos en los que no hay ni maestros ni escuelas.
Así Marcelino reúne a sus dos primeros discípulos, ambos campesinos y comienza con ellos una aventura educativa y espiritual que, como la revolución de la gota de agua se extendió, y dio lugar a la gran gruta que hoy forma la familia marista en setenta y cuatro países.
El fundador de los Hermanos Maristas había nacido en esa misma región (en Rosey) el 20 de mayo de 1789. Ya desde sus tiempos de seminarista se había comprometido en la educación y atención de los niños de los caseríos y de los pueblos más abandonados. Su «aventura» no tuvo, en principio, una gran aceptación en los poderes religiosos de entonces que veían en su forma de proceder una amenaza a sus intereses. La iniciativa recibió duras criticas de los sectores diocesanos, pero Marcelino se mantuvo firme en su proyecto de fundar una orden religiosa que se encargarse, fundamentalmente, de la formación y educación de los más pobres y necesitados.
La decisión de León XIII de nombrar como Administrador Apostólico de la diócesis a Gastón de Pins cambió el curso de los acontecimientos y el padre Champagnat fue autorizado a dejar la labor parroquial para dedicarse a potenciar la nueva congregación.
La pequeña comunidad religiosa empezó a extenderse, y se congregó en una casa de formación amplia a la que se dio el nombre de Hermitage, que se convirtió en monasterio y centro de formación de los futuros educadores. Con el tiempo llegaría a ser el centro de una red de escuelas primarias cada vez más numerosas y mejor organizadas, que con su nueva filosofía educativa y pedagógica produjeron y siguen produciendo cambios importantes en la sociedad.
Marcelino es la raíz que da vida a la educación marista. Aproximadamente, unos veinticinco años después de su muerte, el hermano Juan Bautista, su primer biógrafo, recogió en un libro los apuntes que había tomado en charlas y explicaciones del fundador. Esas Enseñanzas espirituales dan una idea de las claves espirituales del espíritu marista. Entre las pequeñas virtudes: saber perdonar con alegría lo que no nos gusta de los que viven con nosotros; tener un gran corazón para ayudar a quien sufre o lo pasa mal; estar siempre alegres y contagiar alegría a todos; saber ceder en las ideas y opiniones y no encerrarse en ellas; estar dispuesto a ayudar siempre, a echar una mano, a colaborar en las cosas que nos piden los demás; ser educado y respetuoso y prestar a todos las debidas atenciones; y pensar más en los demás que en uno mismo.
Por lo que se refiere a la educación de los niños éstas eran sus principales ideas:
- Educar al niño es abrir su inteligencia, y esto significa que en el mundo de sus ideas, de sus deberes, van integrándose las manifestaciones del amor de Dios;
- educar al niño es formar su corazón, y en él la semilla de las buenas disposiciones, la acogida, la cordialidad, la generosidad, la sensibilidad frente al dolor y la necesidad ajena;
- educar al niño es hacer firme su voluntad, construirla desde valores y principios auténticos; ayudarla con la bondad y la rectitud; reforzarla en la obediencia y la sumisión a quien manifiesta amor y cariño;
- educar al niño es hacerle creer en el amor a Dios, y para ello la formación en la oración, la alegría en el ser cristiano, la esperanza, el perdón;
- educar al niño es hacerle amar el trabajo, con constancia, con disciplina, con orden;
- educar al niño es apoyar su desarrollo físico. En la fuerza y el vigor, en la salud y el buen crecimiento hay unos elementos muy importantes para la felicidad, que no se pueden olvidar en la educación.
Son muchas las claves que se desprenden de estos pequeños fragmentos en los que se repite con frecuencia la palabra alegría, el amor a Dios, la lucha contra el egoísmo, la importancia de la educación y de la entrega a los más pobres y necesitados.
A la muerte del Beato Marcelino Champagnat "su sueño" de educar a muchos muchachos había comenzado a hacerse realidad: la familia marista había fundado 53 escuelas, contaba con 280 hermanos y 180 de ellos estaban dando clases a unos 7000 alumnos. Era el 6 de junio de 1840.
En la actualidad, el Instituto Marista está establecido en 72 países y los 5.050 hermanos se distribuyen en 48 provincias. Hay 147 novicios. La casa generalicia está en Roma y el Superior General es el español Hermano Benito Arbués.
España es el país que aporta más Hermanos al Instituto, 1.077. Las actividades de los Hermanos Maristas son numerosas, sobre todo en los campos de la enseñanza y la cultura. Tienen en el mundo escuelas, colegios, facultades universitarias, medios de comunicación, editoriales... pero también atienden necesidades en los campos de la marginación, las misiones, la colaboración en parroquias...
La palabra revolución ha estado marcada durante mucho tiempo por un tinte violento. Siempre se la ha relacionado con lo subversivo, con el cambio súbito. Pero cada vez se empieza a hablar más de la revolución silenciosa, la que poco a poco y sin pretenderlo va cambiando primero pequeñas cosas, que más tarde se convierten en grandes cosas.
Tal y como dice Victorino del Pozo en su biografía novelada del padre Champagnat: «no hay revolución mas difícil que la revolución del grano de trigo o la de la gota de agua. Pero una gota de agua puede excavar una gran gruta y un grano de trigo multiplicado por la espiga de cada año puede ser el pan de un pueblo». Y una gran gruta, sin duda, es la que abrió Champagnat con su idea de fundar y llevar adelante el proyecto de los Hermanos Maristas de la Enseñanza.
El padre Champagnat vino al mundo en una fecha revolucionaria (su año de nacimiento, 1789, pasó a la historia como el año de la Revolución francesa), hecho que marcó su trayectoria vital y confesional. Su infancia transcurrió en el pueblecito francés de Marhles, donde la mayoría de los adultos y jóvenes eran analfabetos. Eran tiempos de cambio, de ideas que hablaban de progreso social y de solidaridad; en definitiva: tiempos de revolución. Pero de una revolución que cambió pocas cosas y que afectó a poca gente.
Cuando Marcelino llevó a cabo su ministerio sacerdotal en La Valla pudo comprobar cómo todas aquellas ideas de la Revolución, se habían quedado en ideas, no se habían materializado. El aislamiento y la pobreza cultural seguían siendo los protagonistas del entorno rural. La sociedad burguesa, impulsora del cambio, se había convertido en una sociedad liberal y egoísta, donde los políticos únicamente se preocupaban de formar a una élite de adinerados que se convertirían en los nuevos líderes políticos y económicos del país. Hasta la Iglesia posrevolucionaria, apoyada en el nuevo sistema político y refiriéndose a los mismos esquemas del Antiguo régimen, descuidaba su atención pastoral a los jóvenes de las aldeas.
Esta era la situación, que la historia corrobora, cuando Marcelino decidió fundar una nueva orden religiosa que se dedicase a la enseñanza de las clases sociales más pobres y necesitadas.
Fue la muerte de uno de sus feligreses, Jean Baptiste Montagne, a la edad de 17 años, sin haber oído hablar de Dios, el hecho que impulsó al padre Champagnat a emprender su particular revolución, consciente de que contaba en sus manos con el arma capaz de cambiarlo todo: la educación.
El Instituto de los Hermanos Maristas fue fundado el 2 de enero de 1817 en un pueblecito (La Valla) cercano a Lyon por el que era sacerdote coadjutor de ese pueblo, Marcelino Champagnat. En una casa alquilada, cerca de la casa parroquial, se instalan dos jóvenes que comparten con él el proyecto de educar, humana y cristianamente, a los niños abandonados de los pueblos en los que no hay ni maestros ni escuelas.
Así Marcelino reúne a sus dos primeros discípulos, ambos campesinos y comienza con ellos una aventura educativa y espiritual que, como la revolución de la gota de agua se extendió, y dio lugar a la gran gruta que hoy forma la familia marista en setenta y cuatro países.
El fundador de los Hermanos Maristas había nacido en esa misma región (en Rosey) el 20 de mayo de 1789. Ya desde sus tiempos de seminarista se había comprometido en la educación y atención de los niños de los caseríos y de los pueblos más abandonados. Su «aventura» no tuvo, en principio, una gran aceptación en los poderes religiosos de entonces que veían en su forma de proceder una amenaza a sus intereses. La iniciativa recibió duras criticas de los sectores diocesanos, pero Marcelino se mantuvo firme en su proyecto de fundar una orden religiosa que se encargarse, fundamentalmente, de la formación y educación de los más pobres y necesitados.
La decisión de León XIII de nombrar como Administrador Apostólico de la diócesis a Gastón de Pins cambió el curso de los acontecimientos y el padre Champagnat fue autorizado a dejar la labor parroquial para dedicarse a potenciar la nueva congregación.
La pequeña comunidad religiosa empezó a extenderse, y se congregó en una casa de formación amplia a la que se dio el nombre de Hermitage, que se convirtió en monasterio y centro de formación de los futuros educadores. Con el tiempo llegaría a ser el centro de una red de escuelas primarias cada vez más numerosas y mejor organizadas, que con su nueva filosofía educativa y pedagógica produjeron y siguen produciendo cambios importantes en la sociedad.
Marcelino es la raíz que da vida a la educación marista. Aproximadamente, unos veinticinco años después de su muerte, el hermano Juan Bautista, su primer biógrafo, recogió en un libro los apuntes que había tomado en charlas y explicaciones del fundador. Esas Enseñanzas espirituales dan una idea de las claves espirituales del espíritu marista. Entre las pequeñas virtudes: saber perdonar con alegría lo que no nos gusta de los que viven con nosotros; tener un gran corazón para ayudar a quien sufre o lo pasa mal; estar siempre alegres y contagiar alegría a todos; saber ceder en las ideas y opiniones y no encerrarse en ellas; estar dispuesto a ayudar siempre, a echar una mano, a colaborar en las cosas que nos piden los demás; ser educado y respetuoso y prestar a todos las debidas atenciones; y pensar más en los demás que en uno mismo.
Por lo que se refiere a la educación de los niños éstas eran sus principales ideas:
- Educar al niño es abrir su inteligencia, y esto significa que en el mundo de sus ideas, de sus deberes, van integrándose las manifestaciones del amor de Dios;
- educar al niño es formar su corazón, y en él la semilla de las buenas disposiciones, la acogida, la cordialidad, la generosidad, la sensibilidad frente al dolor y la necesidad ajena;
- educar al niño es hacer firme su voluntad, construirla desde valores y principios auténticos; ayudarla con la bondad y la rectitud; reforzarla en la obediencia y la sumisión a quien manifiesta amor y cariño;
- educar al niño es hacerle creer en el amor a Dios, y para ello la formación en la oración, la alegría en el ser cristiano, la esperanza, el perdón;
- educar al niño es hacerle amar el trabajo, con constancia, con disciplina, con orden;
- educar al niño es apoyar su desarrollo físico. En la fuerza y el vigor, en la salud y el buen crecimiento hay unos elementos muy importantes para la felicidad, que no se pueden olvidar en la educación.
Son muchas las claves que se desprenden de estos pequeños fragmentos en los que se repite con frecuencia la palabra alegría, el amor a Dios, la lucha contra el egoísmo, la importancia de la educación y de la entrega a los más pobres y necesitados.
A la muerte del Beato Marcelino Champagnat "su sueño" de educar a muchos muchachos había comenzado a hacerse realidad: la familia marista había fundado 53 escuelas, contaba con 280 hermanos y 180 de ellos estaban dando clases a unos 7000 alumnos. Era el 6 de junio de 1840.
En la actualidad, el Instituto Marista está establecido en 72 países y los 5.050 hermanos se distribuyen en 48 provincias. Hay 147 novicios. La casa generalicia está en Roma y el Superior General es el español Hermano Benito Arbués.
España es el país que aporta más Hermanos al Instituto, 1.077. Las actividades de los Hermanos Maristas son numerosas, sobre todo en los campos de la enseñanza y la cultura. Tienen en el mundo escuelas, colegios, facultades universitarias, medios de comunicación, editoriales... pero también atienden necesidades en los campos de la marginación, las misiones, la colaboración en parroquias...