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sábado, 7 de agosto de 2010

SAN SIXTO II Y COMPAÑEROS MÁRTIRES 258


sixtoII.jpg (27313 bytes)A fines del mes de agosto del 258, San Cipriano, que sería decapitado el 14 de septiembre, escribía a uno de sus colegas: «Valeriano, en un escrito al Senado, ha dado la orden de que los obispos, sacerdotes y diáconos sean ejecutados inmediatamente. Sabed que Sixto ha sido muerto en un cementerio el 6 de agosto, y con él cuatro diáconos». La noticia era exacta. El 6 de agosto, el papa Sixto II había sido apresado en plena asamblea litúrgica en el cementerio de Calixto y decapitado junto con los diáconos Genaro, Magno, Vicente y Esteban. Otros dos, Felicísimo y Agapito habían corrido la misma suerte en el cementerio próximo al Pretextato, mientras el diácono Lorenzo sería condenado a muerte cuatro días después, luego de haber sido sometido a la tortura. Nos hallamos ante la página más gloriosa de la historia de la Iglesia romana durante las persecuciones. Cipriano podía apoyarse en este testimonio para invitar a los cristianos de Africa «a la lucha espiritual: de tal suerte – dice - que cada uno de nosotros no piense tanto en la muerte cuanto en la inmortalidad y que, consagrados a Dios con todas las energías de su fe y de su entusiasmo, sientan antes la alegría que el miedo a la hora de una confesión, en la que saben que los soldados de Dios no reciben la muerte, sino antes bien, la corona» (Carta 80).
Las catacumbas de Roma han sido la inspiración de cuentos espeluznantes. La idea de unas cámaras secretas donde los cristianos primitivos se reunían para evitar a los romanos ha encendido la imaginación de muchos novelistas. Aunque las catacumbas fueron utilizadas por los cristianos como lugares de culto privado, principalmente eran cámaras de enterramiento. Las autoridades siempre supieron de su existencia; de hecho, mientras el papa Sixto Il estaba en ellas un día celebrando misa, los soldados imperiales aparecieron de repente y lo degollaron.
Hacia esta época del año, aunque el verano se halla en pleno apogeo, cuando la luz incide del modo justo, puede verse un tinte amarillo muy tenue en el verde los árboles y un susurro del invierno se cuela por la ventana abierta. El verano debe concluir; es el camino de toda vida.
Los primitivos cristianos utilizaban las catacumbas para sus más grandes celebraciones. Ahí, entre los cuerpos de sus muertos, se regocijaban en la promesa de la vida eterna. Es una de las grandes paradojas de la fe, que todos debamos morir antes de tener vida eterna.
No sólo deben morir nuestros cuerpos. Debemos morir a los apegos y ataduras que nos mantienen aferrados a la tierra. Debemos abandonar nuestros deseos egoístas y nuestra preocupación por las posesiones materiales. Debemos dejar marcharse todo de manera que nuestras manos vacías puedan llenarse de eternidad. Una vez que aprendemos a hacer eso, regocijarse en vida entre los muertos de las catacumbas no nos parece tan extraño.