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jueves, 30 de septiembre de 2010

SAN JERÓNIMO ¿342?-420


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En San Jerónimo cabe distinguir la obra y el hombre. La obra monumental, a la que consagraría su vida, es la traducción latina de la Biblia - que pasaría a ser la edición oficial de la Iglesia romana - así como el comentario que emprendió de cada uno de los libros sagrados. La posteridad se ha mostrado unánime en reconocer la probidad científica de semejante obra.
Tampoco el hombre puede pasar desapercibido. Nacido en los confines de Istria (Yugoslavia), hacia el 340, conoció en Roma el entusiasmo por el trabajo intelectual, realizando después en el desierto de Siria el aprendizaje de la vida monástica.
El papa Dámaso le llamó a Roma para que desempeñara junto a él las funciones de secretario (382~385); mas, a la muerte de Dámaso, Jerónimo regresó a Oriente. Se asentó en Belén, donde vivió sumido en el trabajo intelectual y la penitencia los treinta y cinco últimos años de su vida. Murió allí mismo en el año 419 ó 420.
Jerónimo contaba con una naturaleza de excepción, con un temperamento fogoso y un espíritu desconfiado a veces, mas también afectuoso. Si bien tuvo enemigos, que no escatimó apenas, también mantuvo a lo largo de su vida amigos fieles. Una disciplina ascética sin desmayos que alimentaba con la tierna consideración de la palabra de Dios - junto con la familiaridad con Jesús en el Evangelio, le permitieron arribar poco a poco, en humildad, al nivel superior del amor, y participar del espíritu de aquel Pesebre que había elegido como refugio.
San Jerónimo tiene fama de haber sido malhumorado, lo que, en verdad, fue. Más conocido por su traducción de la Biblia, fue el prototipo de asceta. Ayunaba durante semanas, oraba sin cesar y constantemente se recriminaba a sí mismo sus propios fallos. Era igual de severo en sus consejos para educar una hija virtuosa, diciendo que debería aprender a hacer sus propias ropas (pero nunca bonitas), y sugiriendo que debería pasar todo el día en la lectura, la oración y el trabajo. «Si eres solícito, tu hija no será mordida por una víbora, cuánto menos que sea dañada por todo el veneno de la tierra», escribe.
San Jerónimo no es una persona cálida y amable. Quisquilloso y desagradable, su retórica y estilo suenan demasiado rígidos y didácticos a la mayoría de los oídos modernos. Por lo que concierne a los santos, es como un puerco espín malhumorado que ha quedado atrapado en una conejera. Sin embargo, es honrado como santo, y en ello reside su lección. Si San Jerónimo pudo llegar al cielo a pesar de sus faltas, nosotros también.
El cielo no está poblado por gente perfecta; está lleno de gente ordinaria que trató de amar a Dios y servir a la humanidad lo mejor que supo. Es cierto que algunos hicieron su trabajo mejor que otros. Aunque San Jerónimo no fuera la más agradable de las personas, imagina lo que habría sido si no hubiese tratado de cambiar.
Cuando nos sentimos desanimados o hundidos por nuestro fracaso en superar malos hábitos, recordemos que la recompensa del cielo no proviene de nuestro éxito, sino de nuestra lucha.


OTROS SANTOS: Leopardo, Antonino, Víctor y Urso, mártires; Gregorio, Honorio, obispos; Sofía, viuda.