El pontificado de San Pío V sólo duró seis años (1566-1572), pero contribuyó más que ninguno a conferir su aspecto de austeridad a la Roma de la Reforma Católica.
En el norte de Italia, entre Génova y los Alpes, se muestra al turista una humilde casita, blanca y bien cuidada, en la que el día de San Antonio, 17 de enero de 1504, nacía Antonio el futuro San Pío V. Sus padres, muy buenos cristianos y pobres, se llamaron Pablo y Dominga.
Desde muy niño quiso abrazar la vida religiosa pero se vio obligado a cuidar unas ovejitas para ganar algún dinero. Pronto alguien descubrió las excelentes cualidades que para el estudio adornaban al joven Antonio y le pagó el colegio. Los Padres dominicos que eran los dirigentes de aquella escuela quedaron admirados de su inteligencia y de la transparencia de su corazón y le abrieron su convento para que pudiera vestir el hábito de la Orden de Santo Domingo. El 18 de mayo de 1521 emitía sus votos religiosos con el nombre de fray Miguel de Alejandría.
Estudió en Bolonia donde se conserva el cuerpo de Santo Domingo. Aquí se le veía progresar en ciencia filosófica y teológica, y volar por los caminos de la santidad. El 1528 recibía en Génova la ordenación sacerdotal.
Una vez ordenado sacerdote se entregó de lleno a la predicación y a la defensa de la fe contra las herejías que de todo tipo se iban propalando por Italia. El fuego que ardía en su corazón quería inyectarlo en los ánimos de todos los oyentes. Fue en muchas ocasiones duramente atacado por los herejes y hasta en alguna ocasión intentaron quitarle la vida, pero siempre el Señor lo libró de sus enemigos. Siempre llevaba el hábito de su Orden y a alguien que le insinuó que por seguridad se lo quitase le contestó: "Preferiría ser mártir con el hábito puesto".
Pablo IV le nombró primero obispo y después cardenal. Fray Miguel quería huir de los honores pero éstos le buscaban a él. Fue Comisario General de la Inquisición y después Inquisidor Mayor de la Iglesia. El trabajo que en este campo desarrolló fue verdaderamente muy eficaz y justo, ayudando grandemente a que la herejía no se extendiera por muchos países.
Fray Miguel de Alejandría Ghislieri estaba bien seguro en su celda del Cónclave ya que por su gran humildad sabía que nadie pensaba en él. Al encerrarse los cardenales para elegir sucesor al Papa Pío IV, tres eran los candidatos pero ninguno de ellos nuestro fraile dominico. Pero otros eran los designios de Dios. El 7 de enero de 1566 era elegido y el 17 fue el día de la coronación. De nada sirvió que se opusiera a ello. Era el hombre que necesitaba la Iglesia en aquellos momentos. El pastorcillo de Bosco era elevado a Pastor supremo de toda la Iglesia.
La vida del Pontífice no cambió en su dedicación a la oración y austeridad de vida, sino que la aumentó aún más. Huyó del vicio de la época, que era el nepotismo. Procuró con todas sus fuerzas que Roma fuera una ciudad pacífica y cristiana y que fuera modelo de todas las ciudades del mundo. Basó su pontificado en estas cuatro columnas o dimensiones: la reforma de la Iglesia mediante la puesta en marcha de los decretos del Tridentino; la lucha contra los herejes; la cruzada contra los turcos que era la pesadilla de siempre para los cristianos y el fomento de las ciencias eclesiásticas. Es imposible resumir lo mucho y bien que trabajó para llevar adelante este programa. La historia nos confirma que lo consiguió a la perfección.
Representaba a un tipo espiritual muy distante del de Felipe Neri, que por entonces conquistaba a Roma. Por eso, este último tardó algún tiempo en ganarse la confianza del nuevo Papa. Mas, detrás de la apariencia de severidad de Pío V, se ocultaba un gran amor a la Iglesia y una ferviente piedad para con la Virgen María.
Era notorio que el nuevo papa no iba a ser blando y transigente, y así fue. Vivía a lo frailuno, con gran austeridad, celebraba misa todos los días (algo infrecuente en su época), muy caritativo y constante en las lecturas piadosas y el rezo del rosario (sus atributos son un crucifijo y un rosario).
Enérgico y de una independencia férrea, se tomó muy en serio sus deberes, en la ciudad de Roma reprimió implacable mente toda mundanidad, vicio y escándalo, y respecto al conjunto de la Iglesia aplicó las normas de Trento sabiendo que urgían las reformas más profundas. Ya en 1566 publica el famoso Catecismo Romano que lleva su nombre, luego hace reeditar a santo Tomás, refunde el breviario y el misal, combate la simonía y el nepotismo, vigila la elección de obispos.
Duro y no siempre acertado en asuntos de política, se enfrenta a Felipe II, excomulga a Isabel de Inglaterra y forma una liga con España y Venecia que tiene sus frutos en la victoria de Lepanto, tras la cual instituye la fiesta de Nuestra Señora del Rosario.
Agotado de fuerzas expiró el 1 de mayo de 1572. Lo canonizó Clemente XI el 22 de mayo de 1712.
En el norte de Italia, entre Génova y los Alpes, se muestra al turista una humilde casita, blanca y bien cuidada, en la que el día de San Antonio, 17 de enero de 1504, nacía Antonio el futuro San Pío V. Sus padres, muy buenos cristianos y pobres, se llamaron Pablo y Dominga.
Desde muy niño quiso abrazar la vida religiosa pero se vio obligado a cuidar unas ovejitas para ganar algún dinero. Pronto alguien descubrió las excelentes cualidades que para el estudio adornaban al joven Antonio y le pagó el colegio. Los Padres dominicos que eran los dirigentes de aquella escuela quedaron admirados de su inteligencia y de la transparencia de su corazón y le abrieron su convento para que pudiera vestir el hábito de la Orden de Santo Domingo. El 18 de mayo de 1521 emitía sus votos religiosos con el nombre de fray Miguel de Alejandría.
Estudió en Bolonia donde se conserva el cuerpo de Santo Domingo. Aquí se le veía progresar en ciencia filosófica y teológica, y volar por los caminos de la santidad. El 1528 recibía en Génova la ordenación sacerdotal.
Una vez ordenado sacerdote se entregó de lleno a la predicación y a la defensa de la fe contra las herejías que de todo tipo se iban propalando por Italia. El fuego que ardía en su corazón quería inyectarlo en los ánimos de todos los oyentes. Fue en muchas ocasiones duramente atacado por los herejes y hasta en alguna ocasión intentaron quitarle la vida, pero siempre el Señor lo libró de sus enemigos. Siempre llevaba el hábito de su Orden y a alguien que le insinuó que por seguridad se lo quitase le contestó: "Preferiría ser mártir con el hábito puesto".
Pablo IV le nombró primero obispo y después cardenal. Fray Miguel quería huir de los honores pero éstos le buscaban a él. Fue Comisario General de la Inquisición y después Inquisidor Mayor de la Iglesia. El trabajo que en este campo desarrolló fue verdaderamente muy eficaz y justo, ayudando grandemente a que la herejía no se extendiera por muchos países.
Fray Miguel de Alejandría Ghislieri estaba bien seguro en su celda del Cónclave ya que por su gran humildad sabía que nadie pensaba en él. Al encerrarse los cardenales para elegir sucesor al Papa Pío IV, tres eran los candidatos pero ninguno de ellos nuestro fraile dominico. Pero otros eran los designios de Dios. El 7 de enero de 1566 era elegido y el 17 fue el día de la coronación. De nada sirvió que se opusiera a ello. Era el hombre que necesitaba la Iglesia en aquellos momentos. El pastorcillo de Bosco era elevado a Pastor supremo de toda la Iglesia.
La vida del Pontífice no cambió en su dedicación a la oración y austeridad de vida, sino que la aumentó aún más. Huyó del vicio de la época, que era el nepotismo. Procuró con todas sus fuerzas que Roma fuera una ciudad pacífica y cristiana y que fuera modelo de todas las ciudades del mundo. Basó su pontificado en estas cuatro columnas o dimensiones: la reforma de la Iglesia mediante la puesta en marcha de los decretos del Tridentino; la lucha contra los herejes; la cruzada contra los turcos que era la pesadilla de siempre para los cristianos y el fomento de las ciencias eclesiásticas. Es imposible resumir lo mucho y bien que trabajó para llevar adelante este programa. La historia nos confirma que lo consiguió a la perfección.
Representaba a un tipo espiritual muy distante del de Felipe Neri, que por entonces conquistaba a Roma. Por eso, este último tardó algún tiempo en ganarse la confianza del nuevo Papa. Mas, detrás de la apariencia de severidad de Pío V, se ocultaba un gran amor a la Iglesia y una ferviente piedad para con la Virgen María.
Era notorio que el nuevo papa no iba a ser blando y transigente, y así fue. Vivía a lo frailuno, con gran austeridad, celebraba misa todos los días (algo infrecuente en su época), muy caritativo y constante en las lecturas piadosas y el rezo del rosario (sus atributos son un crucifijo y un rosario).
Enérgico y de una independencia férrea, se tomó muy en serio sus deberes, en la ciudad de Roma reprimió implacable mente toda mundanidad, vicio y escándalo, y respecto al conjunto de la Iglesia aplicó las normas de Trento sabiendo que urgían las reformas más profundas. Ya en 1566 publica el famoso Catecismo Romano que lleva su nombre, luego hace reeditar a santo Tomás, refunde el breviario y el misal, combate la simonía y el nepotismo, vigila la elección de obispos.
Duro y no siempre acertado en asuntos de política, se enfrenta a Felipe II, excomulga a Isabel de Inglaterra y forma una liga con España y Venecia que tiene sus frutos en la victoria de Lepanto, tras la cual instituye la fiesta de Nuestra Señora del Rosario.
Agotado de fuerzas expiró el 1 de mayo de 1572. Lo canonizó Clemente XI el 22 de mayo de 1712.