Schonau, que no suele figurar en los mapas, es un puntito de la Renania-Palatinado no lejos de la orilla izquierda del Rhin y de la gran ciudad de Francfort. Nos acordamos de su nombre por un monasterio de benedictinas en el cual ingresó Isabel en la primera mitad del siglo Xll. La vida de una monja no acostumbra a dar mucha materia a sus biógrafos, y por lo común es todo lo contrario de lo noticiable; de Isabel de Schonau sabemos que fue superiora en 1157 y que murió muchos años después. Lo demás, históricamente, no parece haber tenido gran relieve. Sin embargo, hay muchas cosas de su vida interior que nos son conocidas gracias a cuatro libros que compuso y que completó su hermano Egberto. Libros extraños, hechos de visiones, de éxtasis místicos, de momentos indecibles que apenas pueden trasladarse a palabras. Santa Isabel (en realidad no fue canonizada formalmente, pero enseguida se le tributó un culto que la Iglesia no ha desautorizado nunca) nos habla de espantosos años de prueba, con aridez espiritual, hastío y fortísimas tentaciones de dudas sobre la fe, hasta el punto de creerse abandonada por Dios. La prueba termina con una aparición de la Virgen, y sus escritos nos hablan de escenas inolvidables en las que ve el Infierno, y cómo los ángeles acumulan en un platillo de la balanza las buenas obras, mientras el demonio pone en el otro los pecados, que pesan mucho más. Hasta que la justicia divina manifiesta el desbordamiento irresistible de la misericordia: el ángel añade a los méritos humanos una Hostia, y el platillo se vence por su lado como si lo empujara un peso infinito. Muchos libros son el resultado de la colaboración entre dos autores. Cada escritor aporta su inspiración y estilo propios, creando un producto acabado que es mejor de lo que podría haber logrado cada uno por su lado. Santa Isabel de Schönau y su hermano Egbert fueron compañeros en al menos tres libros, uno de los cuales se titula El libro de los caminos de Dios. Basadas en las visiones de ella, estas obras incluyen escenas de la vida de Cristo así como exhortaciones al arrepentimiento y la penitencia. Aunque las obras muestran pruebas claras de la educación de Egbert, sin las visiones de Isabel nunca podrían haber sido escritas. Las asociaciones creativas permiten a menudo a ambas partes hacer lo que mejor saben. Una de las colaboraciones más creativas que podemos formar es con Dios. Formar una asociación con Dios no es como firmar un contrato legal. Después de todo, difícilmente podría ser un encuentro entre iguales. Nosotros traemos nuestros humildes talentos, y Dios provee su poder ilimitado. Lo más increíble de todo es que Dios quiera entrar en semejante relación con nosotros. Parecería que Dios, creador del universo, tiene poca necesidad de hacerlo. Sin embargo, en este mundo, Dios no tiene otras manos que las nuestras; somos los instrumentos de Dios. La colaboración que formamos es el modo principal en que la gracia y la bondad de Dios se extienden a través del mundo. En un sentido muy real, nuestra asociación hace posible la obra de Dios en la Tierra. |