viernes, 20 de agosto de 2010

SAN BERNARDO 1090-1153


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La figura de San Bernardo emerge sobre el ambiente de su tiempo, imponiéndose tanto a los papas y grandes de este mundo como a las multitudes, a las que subyugaba. «Inflamado por el celo de la casa de Dios», fue, al igual que Juan Bautista, «lámpara ardiente y luminosa en medio de la Iglesia». El joven señor de Fontaines-lez-Dijon que, a sus veintidós años, llamaba a las puertas del Císter, pertenecía a la raza de los buscadores de Dios: lo había abandonado todo por seguir a Cristo bajo la regla de San Benito. Promovido enseguida a abad de Claraval (1115), se convertiría a su vez en un incomparable guía para enseñar a «crecer en el amor del Verbo encarnado». A pesar de sus ansias de soledad, en la que poder consagrarse a la oración y a la penitencia, se vio siempre impelido por el Señor a unirse a los hombres, a recorrer los caminos de Francia, Alemania e Italia hablándoles de paz y unidad y tratando de conquistarlos para la Cruzada (Vezclay, 1146). Era el amor el que le impulsaba hacia los hombres. Si llevó a cabo alguna obra entre los mejor dispuestos, fue ante todo la de conducirlos junto consigo mismo hacia esa soledad en la que su cántico de amor subía hasta Dios con la misma intensidad con que lo haría un día el de Juan de la Cruz: «Cuando Dios ama, no quiere más que una cosa: ser amado; y no ama sino para que uno le ame a él, sabiendo que el amor convertirá en bienaventurados a cuantos le amen.
El amor es algo maravilloso.» El amor de Dios, encarnado en Jesucristo, hizo nacer en Bernardo el amor a María, la Madre de Jesús: María no sólo es pureza, humildad, dulzura y delicadeza, sino que «es voluntad de Dios que obtengamos todo por María».
Cuando San Bernardo de Clairvaux se unió al monasterio fundado por San Esteban Harding, la norma era la de un estricto silencio. Sin embargo, pese a estar enclaustrado, Bernardo era constantemente consultado, tanto en persona como por carta. Con frustración, dijo: «¿Y dónde, pregunto yo, está el ocio, dónde la tranquilidad del silencio cuando uno está pensando, componiendo y escribiendo?...
A menudo, cuando tratamos de escribir algo importante, experimentamos el mismo clamor y los mismos empujones de que habla San Bernardo.

Bernardo fue el verdadero reformador de la vida religiosa y hasta cristiana de la Edad Media. La acción de Bernardo no se limitó a sus conventos, sino que llamó la atención a reyes, príncipes y Papas cuando vio que no iban por buen camino. Estos mismos jerarcas acudían a él sabedores de que siempre les diría la verdad.
Bernardo supo hermanar como pocos a María y Marta del Evangelio en sí mismo. Era contemplativo donde los haya y celoso apóstol como ninguno: predicó Cruzadas, dirigió batallas, pasó largas horas en oración. Amaba a Jesús con toda su alma: "Jesús es miel en la boca, melodía al oído y júbilo en el corazón". Amó tiernamente a María como pocos lo hayan hecho: El Acordaos, el final de la Salve, el "En las angustias invoco a María"... Cantor como pocos de las glorias de la Madre del cielo. Moría el 1153. Había nacido el 1090.