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jueves, 28 de enero de 2010

Santo Tomás de Aquino, religioso y doctor de la Iglesia



Sto. Tomás de Aquino, el Doctor Angélico, es el patrono de los estudiantes.  Nacido en Aquino de noble familia, estudió en Montecasino y en Nápoles, donde se hizo fraile dominico.  Poco después estudia en Colonia y en París, como discípulo de San Alberto Magno.  Fue un alumno modelo.  Embebido en los estudios, no participaba en recreos ni discusiones.  Por ello lo llamaban "el buey mudo".  "Sí -dijo su maestro- pero sus mugidos resonarán en todo el mundo".
Tomás era el primero en cumplir los consejos que un día daría a un estudiante:
-"No entres de golpe en el mar, sino vete a el por los ríos, pues a lo difícil se ha de llegar por lo fácil". - "Sé tardo para hablar".  -"Ama la celda". -"Evita la excesiva familiaridad que distrae del estudio".  -"Aclara las dudas".  -"Cultiva la memoria".  -"No te metas en asuntos ajenos, no pierdas tiempo".
Tomás enseñaba, predicaba y escribía.  Sus Obras principales fueron: "Sobre la verdad", "Suma contra gentiles", comentarios al "Cantar de los Cantares".  Su obra maestra es la "SUMA TEOLÓGICA", síntesis que recoge todo su pensamiento.
Su vida de oración era profunda. Nunca se entregaba al estudio sino después de la oración.  Sus escritos sobre el Santísimo Sacramento y sus sermones nos hacen dudar si predominaba en él, el teólogo o el místico.  Derramaba muchas lágrimas en la Misa y caía frecuentemente en éxtasis.
Invitado por el papa Gregorio X, Sto. Tomás se dirigió al Concilio de Lyon. Se sintió enfermo en el camino.  Le acogieron en el monasterio de Fossanova.  Herido en la "visión" parcial, el 7 de marzo marchó a la visión plena.
Nació hacia el año 1225, de la familia de los condes de Aquino. Estudió primero en el monasterio de Montecassino, luego en Nápoles. A los 18 años, contra la voluntad del padre y hasta perseguido por los hermanos que querían secuestrarlo, ingresó en la Orden de Predicadores, y completó su formación en Colonia donde tuvo por Maestro a San Alberto Magno, y después en París. Mientras estudiaba en esta ciudad se convirtió de estudiante en profesor de filosofía y teología. Después enseñó en Orvieto, Roma y Nápoles.

Suave y silencioso (en París lo apodaron “el buey mudo”), gordo, contemplativo y devoto, respetuoso de todos y por todos amado, Tomás era ante todo un intelectual. Continuamente dedicado a los estudios hasta el punto de perder fácilmente la noción del tiempo y del lugar: durante una travesía por el mar, ni siquiera se dio cuenta de la terrible borrasca y el fuerte movimiento de la nave por el choque de las olas, tan embebido estaba en la lectura. Pero no eran lecturas estériles ni fin en sí mismas. Su lema, “contemplata aliis tradere”, o sea, hacer partícipes a los demás de lo que él reflexionaba, se convirtió en una mole de libros que es algo prodigioso, más si se tiene en cuenta que murió a los 48 años.
En efecto, murió en la madrugada del 7 de marzo de 1274, en el monasterio cisterciense de Fossanova, mientras se dirigía al concilio de Lyon, convocado por el B. Gregorio X. Su obra más famosa es la Summa theologiae, de estilo sencillo y preciso, de una claridad cristiana, con una capacidad extraordinaria de síntesis. Cuando Juan XXII lo canonizó, en 1323, y algunos objetaban que Tomás no había realizado grandes prodigios ni en vida ni después de muerto, el Papa contestó con una famosa frase: “Cuantas proposiciones teológicas escribió, tantos milagros realizó”.
El primado de la inteligencia, la clave de toda la obra teológica y filosófica del Doctor Angélico (como se lo llamó después del siglo XV), no era un intelectualismo abstracto, fin en sí mismo. La inteligencia estaba condicionada por el amor y condicionaba al amor. “Luz intelectual llena de amor—amor de lo verdadero pleno de alegría...”—cantó Dante, que tradujo en poesía el concepto tomístico de inteligencia-bienaventuranza.
El pensamiento de Santo Tomás ha sido durante siglos la base de los estudios filosóficos y teológicos de los seminaristas, y gracias a León XIII y a Jacques Maritain ha vuelto a florecer en nuestros tiempos. Y tal vez particularmente actuales, más que las grandes Summae, son precisamente los Opúsculos teológico-pastorales y los Opúsculos espirituales.