Andrés, de la noble familia florentina de Los Corsini, nació en 1301. Antes de nacer, su madre dijo que había vista en sueños a su hijo en figura de un lobo que se transformó luego en cordero. Parece que en su juventud Andrés fue arrogante, ocioso y pendenciero, pero después sintió un llamamiento irresistible a la mística paz del Carmelo.
Un tío trató de hacerlo volver a la casa con la promesa de un excelente matrimonio. Entonces le contestó: “¿De qué me servirían esos bienes, si no tengo la paz del alma?”. Andrés llevaba debajo del hábito un cilicio, que todavía hoy se conserva, e iba de puerta en puerta pidiendo limosna, aun en las casas en donde antes hacía fiesta con los amigos. Después de la ordenación sacerdotal fue enviado a la universidad de París para completar sus estudios.
Regresó de París robustecido no sólo culturalmente, sine también en el espíritu. Sus biógrafos narran que durante el viaje de regreso hizo algunas curaciones prodigiosas. Cuando llegó a Florencia, la ciudad estaba invadida por la epidemia de peste descrita por Boccaccio. Fue elegido superior provincial de la Orden en 1348, y a los dos años fue elegido obispo de Fiesole, pues el anterior había muerto de peste. Trató de rehuir al cargo, porque se consideraba indigno, y por eso se escondió en un yermo lejano, pero allí fue descubierto por un niño.
Andrés interpretó ese episodio como una invitación a la obediencia, y aceptó el nombramiento. Dirigió la diócesis de Fiesole durante 24 años, no siempre con la mansedumbre del cordero, porque su rigor ascético y su total entrega al ministerio pastoral no siempre agradaba a los que no tenían excesivo celo en el servicio del Señor. Tuvo gran caridad para con los pobres. De su obra como pacificador se beneficiaron no sólo los combativos toscanos, sino también la ciudad de Bolonia, a donde el Papa Urbano V lo envió a poner paz entre los ciudadanos, que lo premiaron con la cárcel. Murió el 6 de enero de 1373 y fue enterrado en la iglesia del Carmen de Florencia. Fue canonizado en 1629.
Un tío trató de hacerlo volver a la casa con la promesa de un excelente matrimonio. Entonces le contestó: “¿De qué me servirían esos bienes, si no tengo la paz del alma?”. Andrés llevaba debajo del hábito un cilicio, que todavía hoy se conserva, e iba de puerta en puerta pidiendo limosna, aun en las casas en donde antes hacía fiesta con los amigos. Después de la ordenación sacerdotal fue enviado a la universidad de París para completar sus estudios.
Regresó de París robustecido no sólo culturalmente, sine también en el espíritu. Sus biógrafos narran que durante el viaje de regreso hizo algunas curaciones prodigiosas. Cuando llegó a Florencia, la ciudad estaba invadida por la epidemia de peste descrita por Boccaccio. Fue elegido superior provincial de la Orden en 1348, y a los dos años fue elegido obispo de Fiesole, pues el anterior había muerto de peste. Trató de rehuir al cargo, porque se consideraba indigno, y por eso se escondió en un yermo lejano, pero allí fue descubierto por un niño.
Andrés interpretó ese episodio como una invitación a la obediencia, y aceptó el nombramiento. Dirigió la diócesis de Fiesole durante 24 años, no siempre con la mansedumbre del cordero, porque su rigor ascético y su total entrega al ministerio pastoral no siempre agradaba a los que no tenían excesivo celo en el servicio del Señor. Tuvo gran caridad para con los pobres. De su obra como pacificador se beneficiaron no sólo los combativos toscanos, sino también la ciudad de Bolonia, a donde el Papa Urbano V lo envió a poner paz entre los ciudadanos, que lo premiaron con la cárcel. Murió el 6 de enero de 1373 y fue enterrado en la iglesia del Carmen de Florencia. Fue canonizado en 1629.