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sábado, 27 de febrero de 2010

SAN GABRIEL DE LA DOLOROSA 1838-1862

El primero de marzo de 1838 nacía en Asís el undécimo de los trece hijos que tendría la familia Possenti. El día de su bautismo le impondrían el nombre de Francisco, que al vestir el hábito de religioso pasionista lo cambiaría por el de Gabriel de la Dolorosa.
Cuando tenía cuatro años perdió a su madre, y, su padre, que era un magnífico cristiano, supo suplir a su esposa en la educación cristiana y cívica de sus hijos. Siempre Gabriel recordará con gran afecto y gratitud las huellas de virtud y sólidos ejemplos que le diera su padre, Francesco Possenti. Nació en Asís, pero vivía en Spoleto, entonces ciudad de los Estados Pontificios; su padre, el juez Possenti, era un personaje en la localidad, y Francesco, al que describen como guapo, elegante y presumido, un partido muy codiciado por las madres de familia con hijas casaderas.
Estudió con los jesuitas y estaba, según uno de sus biógrafos, «más preocupado por la literatura que por la virtud». ¿Escribía versos a la moda romántica, quejumbrosos y fatales?. No lo sabemos, pero en cualquier caso se le destinaba clarísimamente al matrimonio.
Una grave enfermedad le movió a prometer que si sanaba se haría religioso, pero al recobrar la salud no tardó en olvidar su promesa, hasta que una recaída en el mal y la muerte de su hermana predilecta hicieron que se planteara seriamente su vocación. Que al principio no fue vista con buenos ojos por el padre, quien debía juzgar a Francesco demasiado mundano. No obstante el joven insiste, y en 1856 ingresa en los pasionistas adoptando el nombre de Gabriel de la Dolorosa por su devoción a la Virgen de los Dolores.
En una orden tan severa como aquella la vida no le resultó fácil: le cuesta acostumbrarse a sus rigores, su delicada complexión se resiente, sufre diversas enfermedades y cuando se ordena de menores en 1861 está ya enfermo de tisis, y morirá un año después antes de ser sacerdote.
San Gabriel - canonizado en 1926 - parece uno de esos derroches divinos que se dan a menudo en la santidad. ¿No podía Dios aprovecharlo mejor, hacer algo más práctico, más útil y visible con él? Quizás en la entrega absoluta de un hombre no hay proporciones ni lógica, todo es desmesurado y gratuito, ajeno a la estrechez de nuestra noción de rendimiento.
Santoral preparado por la Parroquia de la Sagrada Familia de Vigo