Este papa, que es el número cuarenta de los sucesores de Pedro y que debió de ser elegido pontífice en el año 401. Era quizás un monje basilio natural de Albano, y se le recuerda sobre todo por su enérgica actitud en dos polémicas sonadas.
En primer lugar, condenando a los perseguidores de san Juan Crisóstomo y enfrentándose al emperador Arcadio, y después haciendo frente a la mayor herejía de su tiempo, el pelagianismo, que negaba la necesidad de la gracia, atendiendo así las peticiones que le había hecho san Agustín.
Pero el gran acontecimiento de su pontificado fue la tragedia del 24 de agosto del 410, cuando las hordas del bárbaro Alarico entraron en Roma por la Puerta Salaria y saquearon la ciudad destruyéndola por completo.
El desastre sacudió los cimientos del mundo cristiano. Desde su retiro de Belén, san Jerónimo se declara anonadado, «la tierra entera ha recibido un golpe mortal», «la antorcha más brillante de la humanidad acaba de apagarse», y no es menor el efecto que la noticia causa en África a san Agustín, quien escribe el más profundo y ambicioso de sus libros, La ciudad de Dios, para explicar a la luz de la fe un hecho de tanta magnitud.
Para los contemporáneos la destrucción de Roma es algo casi apocalíptico, inconcebible. ¿Cómo ha permitido Dios una cosa semejante? ¿Por qué ha entregado a sus enemigos para que lo pisotearan el mismo corazón de su Iglesia? ¿Cómo interpretar un misterio de la historia tan doloroso y humillante?.
La historia, tejida de fracasos y contradicciones que desmienten nuestras certezas humanas, sigue, san Agustín nos da La ciudad de Dios, e Inocencio, después de la catástrofe, vuelve a Roma, porque la vida y la Iglesia continúan su misterioso camino hacia el Absoluto.
Defendió siempre la paz y la unidad: "Por todos debe guardarse lo que por el príncipe de los apóstoles, Pedro, fue entregado a la Iglesia Romana, y hasta ahora se ha custodiado".
Los Sínodos Provinciales proponen siempre "sin prejuzgar a la Iglesia Romana, a la que en todas las causas se debe guardar reverencia".
Su mano firme y el heroísmo del monje Telémaco que fue muerto tumultuariamente por oponerse a los combates de los gladiadores contribuyeron a terminar con los espectáculos sangrientos.
Santoral preparado por la Parroquia de la Sagrada Familia de Vigo.