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sábado, 13 de marzo de 2010

SANTA EUFRASIA

Santa Eufrasia, más ilustre por su virtud que por su nobleza, nació en Constantinopla, hacia el 380, en tiempos del emperador Teodosio el Grande, con quien estaba emparentada. Sus padres, Antígono y Eufrasia, eran dechado de virtudes en la corte.
Todo el esmero de la virtuosa madre fue la educación cristiana de su hija. Le hablaba del amor a Jesucristo, de la salvación eterna, del horror al pecado, del santo temor de Dios. La niña Eufrasia aprendió tan bien la lección que a la tierna edad de cinco años era la admiración de todos.
Perdió a los cinco años a su padre.  Madre e hija marcharon a Egipto  buscando un retiro para dedicarse a Dios el resto de su vida.
Allí encontraron un convento de religiosas de perpetua clausura de vida muy santa y de mucha austeridad, según el espíritu eliano. Al convento acudían con frecuencia madre e hija para aprovecharse del ejemplo de sus virtudes y para cantar con ellas gozosamente las alabanzas del Señor.
La deliciosa niña, con una inteligencia superior a su edad, pues apenas tenía diez años, como inspirada por Dios, decidió quedarse en aquel convento para siempre. Se hincó de rodillas ante un Crucifijo, lo abrazó tiernamente, y exclamó: "Yo me consagro a Vos para siempre, dulce Jesús mío. No saldré de este convento, porque no quiero otro esposo que a Vos".
La madre, deshecha en lágrimas de alegría, al ver la precoz generosidad de su hija, la abrazó con ternura, y ella misma ofreció también a Dios aquella inocente víctima. Poco después, la madre, debilitada por sus muchas austeridades, se durmió en el Señor. Ella y su esposo están canonizados.
Su hija la lloró con lágrimas de consuelo y esperanza. Y unida ya con más estrechos lazos al cielo que a la tierra, redobló sus fervores, aumentó sus penitencias y buscaba los oficios más humildes.
Para probar su virtud, permitió el Señor que fuera acosada por la envidia y celos de alguna religiosa, sobre todo por una que se llamaba Germania, que la trató de hipócrita y ambiciosa. La respuesta de nuestra dulce Eufrasia fue arrojarse a sus pies, y con la mayor humildad le pidió perdón, a la vez que le suplicaba por amor de Dios que rogase por ella.
El Señor se había prendado de su fiel esposa, y hacia el año 410, ocupando la silla de San Pedro el papa Inocencio I, cuando Eufrasia frisaba los treinta años de edad, coronó su vida santa con una preciosa muerte. Todo el mundo decía que había sido un ángel desterrado del cielo.
Santoral preparado por la Parroquia de la Sagrada Familia de Vigo.