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lunes, 22 de marzo de 2010

SANTA CATALINA DE GÉNOVA y SANTA CATALINA DE SUECIA

SANTA CATALINA DE GÉNOVA + 1510
Santa Catalina de Génova era de la ilustre familia de los Flisci, rivales seculares de los Adurni. Era muy frecuente en las ciudades italianas la lucha a muerte de dos familias por hacerse con el predominio de la ciudad. Hasta en Roma sucedía por hacerse con la tiara pontifica en el siglo X, el siglo oscuro del pontificado, entre los Túsculos y los Crecencios. Todavía hoy siguen las familias rivales de los mafiosos. Fue famoso el caso de Romeo y Julieta que reconciliaron a Montescos y Capuletos.
Igual sucedió en nuestro caso. Los Flisci y los Adurni llevaban siglos de lucha por el predominio de la ciudad de Génova. Cansados de sangre, buscaron la reconciliación, sacrificando para ello a Catalina. La casaron a los dieciséis años, sin vocación para el matrimonio, por conveniencias.
Fue una triste etapa de su vida. Eran dos caracteres muy diversos. Catalina Flisci era dulce, sensitiva, concentrada, piadosa. Su marido era un Adurni duro, violento, mundano, derrochador. No podían entenderse. El se quejaba de que lo habían casado con una monja, ella de que le habían unido a un bruto. Él disfrutaba en la política, en aventuras, en malgastar la hacienda en los juegos. Ella, recluida, mitigaba su dolor con libros piadosos.
Algunos advirtieron a Catalina que ella era la responsable del desvío de su marido. Que se adornara y saliera con él y se lo ganaría. Catalina les hizo caso. Se vistió sus mejores galas y empezó a frecuentar los salones de la alta sociedad. Y como era bella, graciosa y de buen ingenio, se ganó las simpatías de todos. Y su marido estaba orgulloso de ella.
Cinco años duró esta segunda etapa de su vida, cinco años que llenarán de amargor el resto de su vida. Porque en medio de todos aquellos saraos y veladas, Catalina no era feliz. Cuando más tarde escriba el admirable Diálogo entre el cuerpo y el alma, nos abrirá los íntimos sentimientos de su corazón. Comprendía que nada de aquello podía satisfacerla, que sólo Dios podía llenar su corazón. Sentía un dolor inmenso de haber ofendido a Dios. "Yo no sé cómo no he muerto cuando he visto el mal que encierra el más ligero pecado, por muy leve que sea", se lamenta inconsolable.
En 1474 se realiza un nuevo y radical cambio en su vida. Es la tercera etapa. Estaba en una iglesia, cuando recibió una súbita iluminación y sintió una repentina transformación, una llama de amor, que le hizo concebir un inmenso desprecio hacia su vida mundana y cortesana.
Y empezó una vida de penitencias, de oraciones inflamadas, de cuaresmas enteras pasadas sin probar bocado, de raptos y visiones, de una vida de íntima unión con Dios, pero no dominada ya por el temor, sino por el amor. "De todos los libros santos, habíale dicho Jesús, escoge una sola palabra: "amor". Desde ahora el corazón de Catalina le palpita tan violentamente que acabará por romperle el pecho. Su cuerpo se torna incandescente. Toda ella es un volcán que salta chispas de amor. "Más, más", clamaba aún.
Todos quedan maravillados de aquel sagrado torbellino. Su mismo marido se torna en amante esposo, cristiano ferviente y ciudadano honrado. La vida de Catalina respira ahora más madurez, serenidad y seguridad, confianza y gozo. Afincada plenamente en Dios, todo, hasta los sufrimientos, queda asumido y transformado en amor, en gozo y serena esperanza.
Hasta el purgatorio, que ella contempló en sus visiones, será una mezcla inefable de tormento y amor, que se transforma en gozo y en júbilo, gozo que pronto se verá sublimado para ella en el paraíso.
No es justo, pero la gente bella obtiene trato preferencial. Cuando a los profesores se les enseñan las fotos de los estudiantes junto con una lista de títulos, atribuyen los mejores títulos a los estudiantes más atractivos. En las entrevistas de trabajo, los pretendientes más atractivos sacan mejor puntuación que otros de apariencia más ordinaria.
Santa Catalina de Génova fue una belleza del siglo quince. También era inteligente, sensible y religiosa. Decididamente, el tipo de persona que te encanta odiar. A veces nos volvemos envidiosos de gente como Santa Catalina que parecen tenerlo todo. Sólo vemos su perfección física y sus excelentes cualidades, y suponemos que ellas y sus vidas son perfectas. Comparamos su abundancia con nuestras carencias y comenzamos a sentir grandes oleadas de celos y envidia.
La envidia es uno de los pecados más destructivos. No por casualidad es uno de los siete pecados llamados capitales. La envidia es un cáncer del alma. Devora nuestra paz al tiempo que desea el mal para la otra persona. Desea lo que no podemos tener, y más aun que eso, no quiere que nadie más lo tenga.
El único modo de superar la envidia es comprender que ni nada, ni nadie, es perfecto, ni siquiera un santo. Aunque poseía muchas virtudes, se dice que Catalina carecía de humor e ingenio. Más aún, su marido fue un manirroto infiel y malhumorado. Cuando comprendemos que las cualidades que envidiamos vienen en el mismo paquete que otros rasgos que no desearíamos, resulta más sencillo quedar satisfechos con lo que tenemos.
SANTA CATALINA DE SUECIA 1330-1381
Aun después de hacerse protestantes, los suecos siguen viendo en ella un prototipo nacional de mujer resuelta y animosa, de fuerte personalidad y atraída por el imán espiritual de Roma, lo mismo que la soberana conversa que fue Cristina. Si ésta no fue santa (aunque se la sepultó en San Pedro) y dejó un recuerdo entre libertino, novelesco y extravagante, Catalina y su madre, Brígida, están en los altares.
Hija, pues, de la Brígida fundadora a la que veremos el 23 de julio, después de un matrimonio blanco - había hecho voto de castidad - con el piadoso conde Edgard Lydersson, en el 1350 se trasladó a Roma para ayudar a su madre, ocupada en conseguir que los pontífices aprobaran la orden del Santísimo Salvador.
Un cuarto de siglo vivieron ambas en la Ciudad Eterna entre grandes austeridades, cuidando a pobres y enfermos, y corriendo también graves peligros de toda índole que Catalina afrontaba con una decisión y una confianza en Dios que caracterizan su intrépido modo de ser.
Tras enviudar, a la muerte de Brígida volvió a su patria, fue abadesa del monasterio de Vadstena, en la orilla derecha del lago Vattern, y aún en el 1375 efectuó de nuevo el largo viaje hasta Roma para activar la aprobación de la orden y promover la canonización de su madre.
Murió en Vadstena como un espejo de virtudes, y según la tradición se vio surgir en el cielo una estrella desconocida que permaneció en el aire sobre el monasterio hasta que llevaron a enterrar a la santa, para luego desaparecer cuando su fatigada humanidad andariega volvió al polvo.
Santoral preparado por la Parroquia de la Sagrada Familia de Vigo.