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viernes, 23 de julio de 2010

SANTA BRÍGIDA

  Brígida Persson pertenecía, tanto por su nacimiento (1303), como por su matrimonio (1316), a la alta sociedad sueca. Madre de ocho hijos, solícita por su educación, llevó junto con su marido Ulf Gudmarsson una vida sumamente piadosa y consciente de sus obligaciones comunes. Hicieron juntos la peregrinación a Compostela, pero, a la vuelta murió Ulf (1344). Pronto empezó Brígida a recibir revelaciones que la introdujeron íntimamente en el misterio de la Pasión: «No podía pensar en ella sin derramar lágrimas. Experimentaba una dulzura tal al contemplar las Alas del Salvador, que se sentía a veces abrasada por completo de amor» (Birger de Upsal). Pero también recibía en esas revelaciones iluminaciones sobre la forma de proceder de la política europea y de la Iglesia, que le llevaban a invitar a los reyes de Francia e Inglaterra a que concluyeran la paz, y al papa Clemente IV a que dejara Avignon para volver a Roma. En 1350, Brígida fue a Roma como peregrinación del Año Santo. Iba a permanecer allí el resto de su vida, en medio de una voluntaria pobreza, del estudio y la oración, esperando la aprobación por parte del Papa de la Orden de San Salvador que pretendía fundar en Vadstena. Pero tal fundación no llegaría a ver la luz sino después de su muerte (1373), bajo la dirección de su hija Santa Catalina de Suecia.
Murió en Roma de vuelta de una peregrinación a Tierra Santa, y al año siguiente su hija Catalina trasladó sus restos a la Suecia natal. El libro de sus revelaciones, publicado póstumamente, fue muy discutido, «por haberle querido tachar y reprender algunos teólogos, que midiendo las cosas divinas con prudencia humana, no acaban de entender que Dios reparte sus gracias a quien Él es servido», pero al fin tuvo la aprobación del sapientísimo cardenal dominico fray Juan de Torquemada.
 Si fueras a vivir en una isla desierta, ¿qué tres cosas te llevarías contigo? Aunque las respuestas varían grandemente, la mayoría de la gente cogería un Ebro de uno u otro tipo.
Los libros eran tan importantes para Santa Brígida de Suecia que se hallaban exentos de las restricciones de la pobreza. Fundadora de una comunidad religiosa que admitía tanto a hombres como a mujeres (aunque en recintos separados), mantenía la estricta regla de que a fin de año todo exceso en los ingresos debía ser dado a los pobres. La única excepción era que todo monje o monja podía tener tantos libros como quisieran.
Los libros son el gran escape. Como dice Emüe Dickinson: No hay fragata como un libro para llevarnos a tierras lejanas.
Santa Brígida cogía indudablemente la fragata de un libro una y otra vez. No sólo tenía que dirigir un monasterio, sino que tenía hijos de los que ocuparse. Antes de entrar en la vida religiosa, había estado Felizmente casada durante veintiocho años. Ella y su esposo, Ulf, tuvieron ocho hijos, uno de los cuales se convirtió en santo (Catalina de Suecia), y varios de los cuales deben haberle dado quebraderos de cabeza. Una hija se casó con un hombre al que Brígida llamaba el Bandolero, y mientras se hallaba en Nápoles su hijo favorito se juntó con la Reina Juana I, pese a que el tercer esposo de ella estaba viviendo en España y la esposa de él en Suecia.
No es sorprendente que Brígida dijese a sus religiosos que podían tener todos los libros que desearan. ¡Leyendo no podían meterse en problemas!.
Santoral preparado por la parroquia de la Sagrada Familia de Vigo