Un mes después de morir Francisco de Asís (1226), un niño de doce años se convertiría en rey de Francia: Luis, el noveno de tal nombre. Con este rey, terciario franciscano, el espíritu evangélico iba a animar la vida de un jefe de Estado cristiano. Tuvo por misión el presentar a sus contemporáneos la imagen del seglar que «busca ante todo el reino de Dios en medio de las ocupaciones temporales». Fue ejemplar en su vida de oración, de mortificación y amor fraterno hacia los más desheredados, así como esposo ejemplar en una unión llena de afecto, e la que a su esposa le costaba a veces caminar al mismo paso que él. Padre ejemplar de una familia de once hijos. jefe modélico en el cumplimiento de su «oficio de rey», como dirá más tarde Luis XIV: justo para con todos, soberano cuidadoso de respetar los derechos de sus vasallos y de hacer que éstos respetasen los de la Corona, caballero que sabía manejar la espada al servicio del derecho. Por tal motivo, él, un príncipe que solía repetir:«Benditos, benditos los que siembran la paz», había de hacer la guerra para arrebatar la Santa Jerusalén de las manos de los infieles y morir en la tienda de campaña como un soldado (1270). Al leer el programa de gobierno cristiano que trazara Santo Tomás de Aquino, no se puede olvidar que, al tiempo que Tomás enseñaba en París, el rey de Francia se llamaba Luis IX. El teólogo tenía ante sus ojos su modelo.
Si tuviéramos que elegir una palabra para describir al rey Luis IX de Francia, podría ser la de «justo». Durante su reinado prohibió la usura, comenzó un sistema de juicio con testigos en vez de batallas para determinar el veredicto, e instituyó los archivos escritos de la corte. Una vez en que tres niños fueron colgados por un conde por cazar conejos en sus tierras, el rey Luis ordenó que fuera juzgado por jueces ordinarios, no por otros nobles. Los jueces condenaron a muerte al conde. El rey Luis, que era tan compasivo como justo, conmutó la sentencia por la de una enorme multa, que hizo perder al conde la mayor parte de sus posesiones. El rey entregó entonces todas esas riquezas a la caridad.
Aunque «justicia» y «juzgar» deriven ambas de la palabra latina que significa ley, tienen significados bastante diferentes. Justicia deriva del latín justicia, que significa recto, mientras que juzgar proviene de las palabras latinas jus (ley) y dicere (decir). Cuando juzgas, estás literalmente «diciendo la ley». No hay lugar para la misericordia o las circunstancias mitigantes. Cuando ejerces la justicia, tomas decisiones correctas, basadas no en la letra de la ley sino en su espíritu.
El rey Luis fue conocido por su justicia, no por su juicio. Incluso cuando el juicio pudiera demandar la represalia más dura, como la muerte del conde, la justicia puede permitir la misericordia. Como el rey Luis, necesitamos saber cuándo se requiere el juicio... y cuándo debería prevalecer la justicia.
Si tuviéramos que elegir una palabra para describir al rey Luis IX de Francia, podría ser la de «justo». Durante su reinado prohibió la usura, comenzó un sistema de juicio con testigos en vez de batallas para determinar el veredicto, e instituyó los archivos escritos de la corte. Una vez en que tres niños fueron colgados por un conde por cazar conejos en sus tierras, el rey Luis ordenó que fuera juzgado por jueces ordinarios, no por otros nobles. Los jueces condenaron a muerte al conde. El rey Luis, que era tan compasivo como justo, conmutó la sentencia por la de una enorme multa, que hizo perder al conde la mayor parte de sus posesiones. El rey entregó entonces todas esas riquezas a la caridad.
Aunque «justicia» y «juzgar» deriven ambas de la palabra latina que significa ley, tienen significados bastante diferentes. Justicia deriva del latín justicia, que significa recto, mientras que juzgar proviene de las palabras latinas jus (ley) y dicere (decir). Cuando juzgas, estás literalmente «diciendo la ley». No hay lugar para la misericordia o las circunstancias mitigantes. Cuando ejerces la justicia, tomas decisiones correctas, basadas no en la letra de la ley sino en su espíritu.
El rey Luis fue conocido por su justicia, no por su juicio. Incluso cuando el juicio pudiera demandar la represalia más dura, como la muerte del conde, la justicia puede permitir la misericordia. Como el rey Luis, necesitamos saber cuándo se requiere el juicio... y cuándo debería prevalecer la justicia.
SAN JOSE DE CALASANZ 1556-1648
Se le ha llamado "El gran pedagogo". "El Patriarca de los niños". "El Job de la Ley de gracia". Nació en Peralta de la Sal, pequeña villa aragonesa, el 31 de julio de 1556, en los albores del reinado de Felipe II.
Cinco hermanas y dos hermanos fueron los vástagos del matrimonio Pedro Calasanz y María Gastón. Pertenecían a una familia venida a menos. La madre era una maravillosa educadora y sentía predilección especial por el benjamín de los siete, nuestro pequeño José.
Concluidos los estudios en su pueblo, pasó a Estadilla y después a Lérida donde se graduó en ambos derechos a los veinte años. De Lérida pasó a la Universidad de Valencia para ampliar estudios.
Recibe el Orden Sacerdotal el 17 de diciembre de 1583. Pronto los Obispos conocieron su valía y le daban cargos y honores que demostraban la gran ascendencia que tenía sobre ellos. Cuando fue Vicario de los sacerdotes ayudó a muchos de ellos a vivir bien su vida sacerdotal, cosa que entonces estaba un tanto decaída.
Un atractivo misterioso le llamaba a Roma, a donde llegó en 1592. Allí sería donde iba a encontrar su vocación: la educación de los jóvenes, tanto los muchachos de ambiente popular como los hijos de la nobleza. En 1597, fundaba la primera escuela gratuita en pleno Transtevere, viniendo luego a residir al centro de la ciudad, a dos pasos de la plaza Nave.
Se le unieron algunos colaboradores y surgió un nuevo Instituto, el de los Clérigos regulares de las Escuelas religiosas (Scholae Piae, de donde procede el nombre de Escolapios que han conservado sus miembros). La obra conoció pronto un éxito inmenso, tanto en Alemania como en Italia, llegando hasta Polonia.
No faltaron, con todo, pruebas al fundador, en especial en su última ancianidad.
Fue removido de su cargo de Superior general por un intrigante (1642), y más tarde el papa Inocencio X decidió la supresión del Instituto (1646). José se mantuvo en silencio. Solía decir a sus escasos confidentes: «Sería una locura adherirse a las causas segundas y no ver a Dios que las envía para nuestro mayor bien». Murió el 27 de agosto de 1648, sobrepasados los noventa aires. Desde 1656 la obra recobraba nuevo impulso, conforme había vaticinado el santo fundador.
Cinco hermanas y dos hermanos fueron los vástagos del matrimonio Pedro Calasanz y María Gastón. Pertenecían a una familia venida a menos. La madre era una maravillosa educadora y sentía predilección especial por el benjamín de los siete, nuestro pequeño José.
Concluidos los estudios en su pueblo, pasó a Estadilla y después a Lérida donde se graduó en ambos derechos a los veinte años. De Lérida pasó a la Universidad de Valencia para ampliar estudios.
Recibe el Orden Sacerdotal el 17 de diciembre de 1583. Pronto los Obispos conocieron su valía y le daban cargos y honores que demostraban la gran ascendencia que tenía sobre ellos. Cuando fue Vicario de los sacerdotes ayudó a muchos de ellos a vivir bien su vida sacerdotal, cosa que entonces estaba un tanto decaída.
Un atractivo misterioso le llamaba a Roma, a donde llegó en 1592. Allí sería donde iba a encontrar su vocación: la educación de los jóvenes, tanto los muchachos de ambiente popular como los hijos de la nobleza. En 1597, fundaba la primera escuela gratuita en pleno Transtevere, viniendo luego a residir al centro de la ciudad, a dos pasos de la plaza Nave.
Se le unieron algunos colaboradores y surgió un nuevo Instituto, el de los Clérigos regulares de las Escuelas religiosas (Scholae Piae, de donde procede el nombre de Escolapios que han conservado sus miembros). La obra conoció pronto un éxito inmenso, tanto en Alemania como en Italia, llegando hasta Polonia.
No faltaron, con todo, pruebas al fundador, en especial en su última ancianidad.
Fue removido de su cargo de Superior general por un intrigante (1642), y más tarde el papa Inocencio X decidió la supresión del Instituto (1646). José se mantuvo en silencio. Solía decir a sus escasos confidentes: «Sería una locura adherirse a las causas segundas y no ver a Dios que las envía para nuestro mayor bien». Murió el 27 de agosto de 1648, sobrepasados los noventa aires. Desde 1656 la obra recobraba nuevo impulso, conforme había vaticinado el santo fundador.
BEATOS PEDRO VÁZQUEZ Y COMPAÑEROS MÁRTIRES
Nació en Pereiro-Verín (Ourense, España)en el año 1591. Entró en la Orden de los padres Predicadores y, ya sacerdote, fue escogido para formar parte de los misioneros que la Orden enviaba a las Indias. Primero en Méjico, después en las islas Filipinas, trabajó, a lo largo de seis años, por el honor de Dios. Movido por el celo misionero y con la venia de los superiores, viajó al Japón, disfrazado de mercader, pues en aquel tiempo se perseguía cruelmente a los cristianos. Sin temor a los peligros, no dudó en llevarles el consuelo a los presos y ayuda a los enfermos de mal gafo, hasta que fue delatado y preso. Estuvo en la cárcel 14 meses en Nagasaki y Omura. En Socabata, con otros cuatro compañeros, sufrió el martirio por el nombre de Cristo, siendo quemado el 25 de agosto del año 1624.
SAN GINÉS ¿+ 303?
San Ginés es el actor del Reino de los Cielos, el cómico de la bienaventuranza eterna, pero, a decir verdad, ha dejado muy pocas pistas tras de sí, y casi carece de corporeidad histórica. Por eso todo lo suyo tiene que ponerse entre interrogantes, que satisfarán a los escrupulosos de lo verosímil y de lo perfectamente documentado, cuyo número, como el de los necios, no es imprescindible engrosar.
¿Hubo en la Roma de Diocleciano un mimo llamado Genesius que murió mártir después de convertirse de un modo tan súbito que sin duda en un principio su actitud se tomó por una falacia, haciendo suponer a todos que seguía representando? No hay pruebas. Tras su paso por el escenario, una vez la representación concluida, Ginés desaparece como si su persona hubiera sido sólo eso, una máscara, un papel.
La tradición le hace actor que en una farsa tiene que hacer escarnio del bautismo de los cristianos, y que se convierte en escena cuando le resulta evidente que aquello que está ridiculizando en público es la verdad. Al declarar con valentía su nueva fe, al comprender todos que habla en serio y que yo no actúa, es torturado y decapitado.
Así, Ginés pasa a ser el santo teatral por excelencia, el que encuentra a Dios en el ejercicio profesional de su fingimiento. Simulando ser cristiano para hacer reír, descubre en sí mismo que lo es, y al terminar la ficción la verdad se identifica con el martirio y la muerte.
Nada más lógico que un tema así haya sugestionado siempre a los dramaturgos, y desde un misterio francés del siglo XV hasta hoy esta historia forma parte del símbolo del teatro como imagen abreviada del universo: Lope en "Lo fingido verdadero", Rotrou en "El verdadero san Ginés" y el también francés Ghéon, quien en 1925 presenta al actor santo que al quitarse la máscara dice: «Soy Ginés y ya no lo soy».
¿Hubo en la Roma de Diocleciano un mimo llamado Genesius que murió mártir después de convertirse de un modo tan súbito que sin duda en un principio su actitud se tomó por una falacia, haciendo suponer a todos que seguía representando? No hay pruebas. Tras su paso por el escenario, una vez la representación concluida, Ginés desaparece como si su persona hubiera sido sólo eso, una máscara, un papel.
La tradición le hace actor que en una farsa tiene que hacer escarnio del bautismo de los cristianos, y que se convierte en escena cuando le resulta evidente que aquello que está ridiculizando en público es la verdad. Al declarar con valentía su nueva fe, al comprender todos que habla en serio y que yo no actúa, es torturado y decapitado.
Así, Ginés pasa a ser el santo teatral por excelencia, el que encuentra a Dios en el ejercicio profesional de su fingimiento. Simulando ser cristiano para hacer reír, descubre en sí mismo que lo es, y al terminar la ficción la verdad se identifica con el martirio y la muerte.
Nada más lógico que un tema así haya sugestionado siempre a los dramaturgos, y desde un misterio francés del siglo XV hasta hoy esta historia forma parte del símbolo del teatro como imagen abreviada del universo: Lope en "Lo fingido verdadero", Rotrou en "El verdadero san Ginés" y el también francés Ghéon, quien en 1925 presenta al actor santo que al quitarse la máscara dice: «Soy Ginés y ya no lo soy».
OTROS SANTOS: Nemesio, diácono, Lucila, virgen,Eusebio, Vicente, Magín, Ponciano, Peregrino, Julián, mártires; Patricia, virgen; ; Tomás, confesor; Pelegrín, Geroncio, Gregorio, Menas, obispos; Beata María de Jesús Crucificado, virgen.