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viernes, 24 de septiembre de 2010

NUESTRA SEÑORA DE LA MERCED


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 Con el voto solemne especialísimo de consagrarse a libertar a los cristianos prisioneros de los sarracenos, quedándose personalmente como rehenes en vez del cautivo, cuando no bastaran los rescates, se crea en Barcelona, a primeros de agosto de 1218, la Orden de Nuestra Señora de la Merced para la redención de cautivos.
Es su fundador y primer religioso San Pedro Nolasco; y con él, el dominico San Raimundo de Peñafort y el Rey Jaime I de Aragón, que juntamente con su apoyo, les distingue sobre el hábito blanco con el escudo del reino.
Los tres fundadores siempre proclamaron que aquella iniciativa no había sido suya sino de una merced y una inspiración de la Reina y Madre de Misericordia.
Y a través de esta su Orden, redentora como su Hijo, Nuestra Señora de la Merced multiplica tanto sus misericordias a lo largo de los siglos, entre los prisioneros de los sarracenos, que su invocación se difunde también entre quienes padecen el todavía más trágico cautiverio del alma.
Y llega a hacerse en la cristiandad un nombre familiar: el de Santa María de las Mercedes.
El culto a Nuestra Señora de la Merced se extendió muy pronto por Cataluña y por toda España, por Francia y por Italia, a partir del siglo Xlll. El año 1265 aparecieron las primera monjas mercedarias. Los mercedarios estuvieron entre los primeros misioneros de América. En la Española o República Dominicana, por ejemplo, misionó Fray Gabriel Téllez (Tirso de Molina).
Barcelona se gloría de haber sido escogida por la Virgen de la Merced como lugar de su aparición y la tiene por celestial patrona. ''¡Princesa de Barcelona, protegiu nostra ciutat!".
En el museo de Valencia hay un cuadro de Vicente López en el que varias figuras vuelven su rostro hacia la Virgen de la Merced, como implorándola, mientras la virgen abre sus brazos y extiende su manto, cubriéndolos a todos con amor , reflejando así su título de Santa María


SAN GERARDO 1046
Gerardon.jpg (8260 bytes) San Gerardo, primer obispo de Canadá, fue tutor de Emerico, hijo de San Esteban de Hungría. Tras la muerte de Esteban, San Gerardo dejó de tener la protección real. Fue martirizado cerca del Danubio por algunos de los antiguos enemigos de Esteban.
Entre las virtudes de Gerardo se encontraba el cuidado con que llevaba a cabo todas las ceremonias sagradas. Una de las razones por las que resultaba tan fastidioso era su creencia de que necesitamos la ayuda de nuestros sentidos a fin de aumentar nuestra devoción. En otras palabras, entendió la tremenda influencia que nuestro entorno puede ejercer sobre nuestro estado mental.
Aparentemente, San Gerardo sabía en su interior lo que la investigación ha venido a probar. No es por casualidad que se decoren los hospitales con colores suaves y relajantes, o los edificios de preescolar con colores brillantes y primarios. No es simple coincidencia que a menudo se planten árboles y flores a lo largo de calles de mucho movimiento. Y no es simplemente por casualidad que nos sintamos más confortables cuando estamos rodeados por nuestros propios tesoros familiares.
Los espacios íntimos en los que vivimos, trabajamos, comemos, dormimos y jugamos son todos parte de nuestro entorno. No tenemos, sin embargo, por qué aceptar ningún viejo entorno. Si el espacio en el que estamos viviendo y trabajando no satisface nuestras necesidades, podemos dar pasos positivos para crear una atmósfera más adecuada. Justo ahora, echa un vistazo alrededor. ¿Qué dice tu entorno acerca de ti? ¿Cómo te hace sentirte? Si no está satisfaciendo tus necesidades, tienes derecho a cambiarlo.
PACIFICO DE SAN SEVERIANO   1653-1721
pacificosanseverianon.jpg (9017 bytes)Hay santos para todas las situaciones posibles de la vida, y en consecuencia también para el dolor desconocido, incomprendido, y para la frustración. Así evocamos hoy a este varón de fracasos que desde la primera niñez solamente conoció adversidades y que malogró cada uno de sus intentos sucesivos de hacer lo que se proponía.
Huérfano a los cuatro años, pobre, maltratado por los parientes que le acogieron, pareció que iba a encontrar en el claustro lo que el mundo le negaba, y en 1670 ingresó en un convento de franciscanos reformados. Su camino parecía claro, ser profesor de filosofía, pero según él mismo "no se necesitan doctores, sino apóstoles", y pide una ocupación más activa.
Está terminando el siglo XVII, se avecina la gran tormenta de la Ilustración, y será predicador en tareas misionales, hasta que este servicio se le hace imposible por tener los pies hinchados y cubiertos de llagas. ¿Qué va a hacer un apóstol que no puede caminar?.
Dedicarse a la confesión, pero la sordera absoluta le impide ejercer este ministerio. Un confesor que no puede oír...
Más aún, quedará ciego, ya ni celebrar la misa, ni salir de su celda. Y entonces en este desamparo le falta incluso el consuelo de sus hermanos de religión, y el sacristán y el enfermero que le cuidan le maltratan de palabra y de obra, como acosándole en su último refugio.
Así durante años hasta la muerte, como un nuevo Job, desposeído de todo excepto de paciencia y de amor a Dios, siervo inútil que se santifica por su misma obligada inutilidad. San Pacífico nos valga en la época en la que el deseo más comúnmente expresado es el de «realizarse», como se acostumbra a decir, él que fue la encarnación de un fracaso del que hizo su gloria.
OTROS SANTOS: Andoquio, presbítero; Tirso, diácono; Félix, Pafnucio, mártires; Geremaro, abad; Rústico, Anatolio, Pacifico, Isarnio, Hernán, Dalmacio, confesores; Antonio de León, mártir; Vicente María, Strambi, obispo; Beato Marcos Criado, mártir; Beato Dalmacio Moner, presbítero.