El siglo X - el siglo oscuro del Pontificado, la edad de hierro del cristianismo - cuenta entre sus glorias a San Rosendo, el patriarca de los monjes del noroeste de España.
Nace en Salas de Galicia, el año 907, hijo del conde don Gutierre Méndez, que era uno de los condes más poderosos que rodeaban a Alfonso el Magno. Su madre, la condesa Santa Ilduara, ya antes de darle a luz, había sentido la premonición de que su hijo sería "santo delante de Dios y grande delante de los hombres". A Rosendo, desde muy pronto, se le vio más inclinado al silencio y a la piedad que a la corte y a la espada.
Se forma en la escuela episcopal de Mondoñedo. Sigue la vida religiosa en el monasterio de Caveiro. Era allí ya prior, cuando es elevado a obispo de Dumio. Todos le admiraban por su sabiduría y su bondad. Estaba muy preparado en las letras y en las ciencias. Se había adentrado en el conocimiento de las Sagradas Escrituras y en los Santos Padres.
Todavía muy joven, fue nombrado obispo de Dumio y luego de Mondoñedo. Trabajó mucho en la abolición de la esclavitud. Consiguió en este campo grandes frutos.
Funda la abadía de San Salvador de Celanova, no lejos de Orense, donde los hombres puedan «permanecer día y noche en las batallas del Señor. Como fanales «limpísimos en los que tú, Señor, te complazcas habitar; y habitando los santifiques, como quienes han dejado el mundo para seguirte a Ti.
A Rosendo le iba más el monasterio que la silla episcopal. Un día se presentó ante el abad Franquila, le pidió el hábito y se quedó en Celanova. Allí trabajaba y servía como el último de los monjes. Su emblema era una cruz, de cuyos brazos colgaba un compás y un espejo. La cruz, explicaba Rosendo, es el compás de nuestra vida y el espejo de nuestras almas.
Había encontrado el "almo reposo", de que nos habla fray Luis de León, libre de los trajines de la corte. Pero el rey Ordoño III le rogó que aceptase el gobierno de la provincia que antes había regido su padre. Rosendo, siempre dispuesto a servir, aceptó. Actuó de Virrey en tiempos difíciles, de invasiones de normandos por mar, y de moros por tierra.
Como buen Pastor, dispuesto a dar la vida por sus ovejas, acompaña a sus ejércitos. El triunfo es celebrado en Santiago con grandes fiestas.
El monje gobernador actuó con prudencia y energía. Pacificada la provincia, volvió otra vez a su cenobio.
De nuevo le sacan de allí para ponerle al frente de la diócesis de Santiago, pues había sido depuesto, por sus desmanes, el obispo Sisnando. Entre otras actividades, asistió a un concilio en León con San Pedro Mezonzo. Sisnando. logró volver, y Rosendo se retiró feliz a su monasterio.
Los últimos años los pasa retirado, primero como un religioso más y después como abad en el Monasterio de Celanova hasta su muerte santa el 1 de marzo del año 977. Su testamento es una oración: "Salvador de los hombres, destruyendo cuanto encadena mi alma a la vida presente, dame valor para seguir tus pisadas con ánimo generoso y asiduo vencimiento". Viendo que se acercaba la muerte, firmó su testamento, que es una ferviente oración, confesión de fe y efusión de amor. El testamento nos revela la suave fisonomía de su alma piadosa y llena de fe. Recuerda a sus monjes la fundación del monasterio y la organización de una comunidad tan numerosa. Les da normas concretas para no caer en la mediocridad.
Los monjes, a su lado, le piden que les siga protegiendo desde el cielo. Rosendo les pide que pongan en Dios toda su confianza, y que se mantengan unidos junto a su abad.
Como emblema de su vida había trazado una Cruz; de cuyos brazos colgaban un compás y un espejo; porque "la Cruz es compás de nuestra vida y espejo de nuestras almas".
Santoral preparado por la Parroquia de la Sagrada Familia de Vigo