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martes, 2 de marzo de 2010

Ángela de la Cruz, Santa

María de los Ángeles Guerrero González
Fundadora del Instituto
de las Hermanas de la Cruz

Martirologio Romano: En Sevilla, en España, santa Ángela de la Cruz Guerrero González, fundadora del Instituto de las Hermanas de la Cruz, que no se reservó ningún derecho para sí sino que lo dejó todo para los pobres, a los cuales acostumbraba llamar sus señores, y los servía de verdad (1932).

Etimológicamente: Ángela = Aquella que trae el mensaje de Dios, es de origen griego.

María de los Ángeles Martina de la Santísima Trinidad Guerreo González, o Sor Ángela de la Cruz, es conocida en su ciudad natal, Sevilla, como "madre de los pobres". Nace en 1846 en el seno de una familia sencilla y trabajadora. Niña humilde, afectuosa, alegre, devota, trabajadora… La penitencia, la oración, la limosna, la entrega… son propios de ella. Con 13 años entra a trabajar en un taller de zapatería, donde se ganará el cariño, el respeto y la admiración de sus compañeras. Los pobres de su barrio saben de sus limosnas y ayudas. A los 16 años conoce al Padre José Torres que la ayudará a madurar en su fe y en su vocación, y la orientará hacia el apostolado. Sus intentos de ingresar en las Carmelitas Descalzas de Sevilla y en las Hijas de la Caridad fracasan por motivos de salud.

Con humildad y sencillez, esta mujer, que apenas sabe escribir, pondrá por escrito, a petición del P. Torres, lo que siente: narra una contemplación que ha tenido de la Santa Cruz, a partir de la cual se llamará Ángela de la Cruz; o cómo concibe ese Calvario que quiere que sea su vida: sólo tiene 27 años. El 2 de agosto de 1875 nace la “Compañía de Hermanas de la Cruz” , con el fin de ayudar y atender a los pobres y a los enfermos, y limpiar de miserias sus casas. Las religiosas viven en conventos que son un como un “Calvario”, con una imagen preciosa de la Virgen María en el Oratorio; con una existencia austera, en silencio casi absoluto, de oración y meditación continua. Las vocaciones aumentan, así como las peticiones de ayuda de los más pobres y necesitados, incluso de los ricos, y se suceden las fundaciones. La Madre Ángela de la Cruz, que morirá en 1932, estará toda su vida pendiente de todas y cada una de sus hijas, y de cuantos acuden buscando su consejo y su apoyo.

¿Qué podemos aprender de Sor Ángela de la Cruz?

Sor Ángela de la Cruz fue pobre: su máxima era vivir la pobreza evangélica, como Jesucristo, porque sólo desde la pobreza podrá comprender y ayudar a los pobres. Dedica su comida y las limosnas que recibe para los pobres del barrio. Su atención a los pobres le lleva a ‘chupar’ la supuración de las llagas de una enferma a punto de morir, y que sana al poco tiempo. Ese desprendimiento la lleva a concebir una Compañía en la que sus monjas estén al servicio de los pobres, desprendidas de todo, sin más ropa que la puesta, con un régimen de comidas austero, dormir en tarimas de madera… sus religiosas son mendigas, y todo lo reciben de limosna. Con un objetivo cristiano: llevar todas las almas a Dios.

Humilde: ser ‘nada’ en la voluntad de Dios; obedecer continuamente; vivir en una actitud continua de recogimiento; aceptar las reprimendas y no justificarlas cuando son injustas. Humildad que se plasma en sus Hijas: piden limosna, visitan y ayudan a los enfermos.

Madre: madre para los pobres, a quienes da todo lo que tiene, y sobre todo su amor. Madre para sus Hijas, a quienes quiere y cuida, a quienes dirige cartas circulares, y cartas personales; a quienes exhorta a vivir muy unidas, con paz y tranquilidad, siendo ángeles de paz, con un testimonio de pobreza evangélica y de alegría. Madre que creará internados para las hijas huérfanas de los enfermos que asisten las Hermanas, y escuelas para las niñas humildes, incluso escuelas nocturnas para las obreras. Pobreza sí, miseria no. Confianza: en la divina Providencia y en las personas que la Divina Providencia ponía a su lado.

Amor a la Cruz: las casas de las Hermanas son como un Calvario, y en el dormitorio hay un altar con una Cruz.

Fue canonizada el 4 de mayo de 2003 por S. S. Juan Pablo II.