No se sabe bien dónde nacieron ni cómo crecieron en la fe de Cristo. Bien pudo ser en la misma Calahorra, pues allí se reclutaban soldados para el Imperio. Suetonio lo confirma cuando escribe que el mismo Augusto había elegido calagurritanos para su propia guardia personal.
Parece que ambos pertenecían a la Legión VII Gemina Pía Félix que estuvo acampada cerca de lo que actualmente es León, tal vez eran hermanos, aunque no nos consta tal hecho, y lo que sí es indudable es que fueron degollados en el antiguo arenal que bañaba el río Cidacos.
Pero, si no se conoce exactamente el lugar del nacimiento, sí que conocemos datos de su vida, y sobre todo de su martirio, tan bellamente cantado por Aurelio Prudencio en su primer himno de las Coronas de los Mártires. En el mismo baptisterio de la catedral de Calahorra proclama un dístico de Prudencio: "Aquí dos varones, por el nombre del Señor sufrieron martirio sangriento, en una muerte gloriosa".
"Sucedió entonces, prosigue el poeta, que el cruel emperador del mundo ordenó que todos los cristianos se llegaran a los altares a sacrificar a los negros ídolos y dejaran a Cristo". Tenían pues ante sí, o la apostasía o abandonar el ejército. Nuestros santos no lo dudaron.
Seguirían, como era costumbre, los interrogatorios de los jueces, con sus insidiosas promesas de regalos y pingues beneficios y cargos honoríficos para conseguir la apostasía, y si no la conseguían, les amenazaban con crueles sufrimientos, torturas y el martirio. "Dulce cosa parece a los Santos el ser quemados vivos, dulce el ser atravesados por el hierro".
Prudencio pone en boca de los Santos hermosas reflexiones: "¿Por ventura hemos de ser entregados al demonio, nosotros que somos creados para Cristo, y llevando la imagen de Dios hemos de servir al mundo? No, el alma celestial no puede mezclarse con las tinieblas. Ya es tiempo de dar a Dios lo que es propio de Dios", exclaman a coro, haciendo alusión a la vida que habían llevado antes en la milicia, al servicio del César.
Entonces llovieron sobre ellos mil tormentos, y el rigor airado del tirano ata con ligaduras ambas manos y una cadena rodea con pesados círculos los cuellos ensangrentados de los mártires de Cristo.
El verdugo, airado, levanta su criminal brazo para sacrificarlos con la espada. La tierra, por donde hoy está la bella catedral, se tiñó de sangre, y las almas de Emeterio y Celedonio "volaron como dos regalos enviados al cielo e indicaron con sus fulgores que tenían abierto el camino de la gloria". Así narra Prudencio su gloriosa muerte.
Santoral preparado por la Parroquia de la Sagrada Familia de Vigo