
La libertad de escoger nuestras creencias religiosas sin coacción alguna es parte de nuestros derechos de nacimiento. A través del don del libre albedrío, Dios le permite a cada uno de nosotros que haga sus propias elecciones. A veces tomamos decisiones que nos alejan de Dios, y a veces hacemos elecciones que nos acercan a Él, pero el derecho a escoger es siempre nuestro.
Hacer elecciones puede a veces ser difícil. Todos apreciamos la posibilidad de elegir, pero lo bueno en exceso ya no es tan bueno. Por ejemplo, vas a comprar una camiseta y te enfrentas, literalmente, a un montón detrás de otro de posibilidades de elección. Color. Tejido. Precio. Estilo. Las posibilidades parecen tan ilimitadas, que puedes verte tentado a no tratar siquiera de clasificarlas.
Lo mismo puede pasar con la religión. Si estás en proceso de tomar una decisión, no te dejes llevar por la retórica bella o los edificios de lujo. En cambio, pide a Dios la gracia y sabiduría de reconocer la verdad cuando la veas. Luego pide el valor para actuar.

EUSTAQUIO (¿siglo II? )

Se le supone un general del emperador Trajano llamado Plácido, idólatra pero muy caritativo, que un día que andaba de caza por los alrededores de Tívoli persiguió a un ciervo que al verse acosado se volvió hacia él mostrando una cruz luminosa entre las astas (algo semejante se cuenta de san Huberto).
Plácido se convierte junto con su esposa y sus dos hijos, y cambia su nombre por el de Eustaquio, pero el descubrimiento de la fe va unido a un alud de desgracias que se abaten sobre la familia: pierden todas sus riquezas, tienen que salir de Roma, los esposos se ven separados en dramáticas circunstancias y el antiguo general da por muertos a sus hijos.
Tras aceptar la voluntad de Dios, vive dedicado a humildes quehaceres hasta que tiempo después el emperador le reclama para ponerle al frente de su ejército con el cual consigue una gran victoria, acompañada (como era de esperar) por el reencuentro con toda su familia, que estaba a salvo.
Roma le recibe en apoteosis, pero al negarse a quemar incienso ante los dioses él y los suyos sufren martirio y perecen abrasados en el interior de un buey de bronce. Lo que había empezado por la práctica de una virtud natural conduce a un torbellino en el que habrá que darlo todo por lo que se cree.
OTROS SANTOS: Imelda, Cándida, Fausta, vírgenes; Evilasio, Prisco, Dionisio, Privado, Felipa, Teodoro, mártires; Agapito, papa; Glicerio, obispo; Francisco de Posadas, presbítero; Francisco María de Camporroso.
